domingo, 2 de enero de 2011

Sonrisa de domingo

Parece que la maldita Navidad, esa época en la que a todos nos toca ser (estar, o parecer) inmensamente felices, va tocando a su fin. Creo que cuando a las personas nos ocurren cosas negativas y atravesamos momentos difíciles, año tras año, estamos psicológicamente diseñados para sentirnos aún peor en esas fechas, inmersos muchos en esa sensación pegajosa de estar “hundidos en la mierda”, aunque eso sí, tratando de hacer que se entere de ello el menor número de personas posible, no vaya a ser que contravengamos el espíritu pacífico-armonioso navideño y nos tachen de “tristes” o aguafiestas. Y lo peor quizá sea pensar en que, con la vuelta a la rutina, esos sentimientos no habrán desaparecido, puede que tan sólo queden semiocultos y anestesiados bajo las prisas del día a día y los momentos realmente buenos que te sucedan, aquellos que lástima, suelen ser terriblemente breves.

La Navidad a muchos no nos pone de buen humor: nos hace pensar en aquellos que perdimos, en lo que tuvimos y desapareció, y en las personas que nos acompañan, a las que queremos, y que desgraciadamente lo están pasando mal. Pero bien sea por acuerdo tácito en la sociedad, o por nuestro propio afán de superación, manda tirar para adelante, y sonreír, e intentar disfrutar los pedacitos de felicidad que algunas personas te regalan, junto con su amistad y comprensión, en días así. No hay nada como buscar esos momentos, cuando sientes que algo en ti va a la deriva, y a duras penas contienes tus ganas de llorar. Por tanto, gracias a todos los que contribuyen a hacer olvidar la persistente negatividad de la memoria, y a hacernos pensar en lo bueno que está por llegar, sin mayores pretensiones.


Por cierto, este año, como todos, los buenos propósitos no van a dejar de ser un mero trámite para sentirnos bien los primeros días de enero, esa especie de placebo con el quedar bien con nosotros mismos para intentar cambiar nuestra vida. Ante esto, creo que vale más la pena dejarse llevar, e intentar sonreír un poco cada día, aunque no siempre tengamos ganas; ya que lo que verdaderamente merece la pena de la vida no tiene por qué surgir premetidamente, ni ser resultado de una lista de buenas conductas.
Sonreír siempre es bueno, para nosotros y para los demás. Quizá una pizca de hipocresía navideña no nos venga tan mal, si la utilizamos a nuestra manera.

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