domingo, 23 de enero de 2011

Dos haikus de Mario Benedetti


Cada suicida
sabe dónde le aprieta
la incertidumbre




Si en el crepúsculo
el Sol era memoria
ya no me acuerdo

lunes, 10 de enero de 2011

Enredando en mi portátil, he encontrado unos textos que corresponden a un pequeño juego planteado a unos compañeros de clase hace unos años, en el que escribíamos lo que nos sugerían las "palabras clave" que, rebuscando en nuestras mentes, quisimos ofrecernos para ello. Uno de ellos es éste, y mi contraseña era la palabra "descrédito". Lo he encontrado, lo he visto con otros ojos y he pensado en recordarlo por aquí...



Puede decirse que detesto regodearme en el descrédito, en esa desoladora falta de fe que se me pega al cuerpo. Yo creo en las virtudes de la gente, en su bondad, en sus ganas y capacidad de amar, tan inmensas como solo las circunstancias pueden imaginar posibles. En la generosidad, en una sonrisa o una furtiva mirada cargada de múltiples significados, en el calor de un beso. Pero también creo en la profunda maldad que asola este mundo que hemos inventado. No es descabellado pensar que el motivo de la existencia de guerras, dolor, muerte, hambre, desolación se encuentra en las acciones de cuatro energúmenos que un día decidieron jugar a odiarse, olvidando conscientemente que millones de personas dependían sin quererlo de sus actos.

Y así, finalmente diré, que creo en ti y en mí. Mientras esto se mantenga, intentaré que el descrédito deje de acudir a mi cabeza para nublar mis ideas más de lo que ya lo hace la incertidumbre. Palabra.

jueves, 6 de enero de 2011

Bye, Navidad

Y es que aunque ya estés crecidito, te sigue atrapando esa ilusión de levantarte por la mañana y contemplar los regalos esperándote en el salón, a pesar de que la crisis se deja notar en la contención del gasto en estos últimos tiempos. Otro aliciente de esta fecha es el de ver la cara de tus padres, tus hermanos o tus primos cuando abren los regalos que habías escondido en casa con sumo cuidado para que no los encontrasen…y el rosco, y el chocolate caliente, y pasarte la tarde embobado con los nuevos juguetes de los más pequeños, poniendo en ellos más interés incluso que los propios críos (que te miran, entre estupefactos y cabreados, mientras peinas a su Barbie o intentas desentrañar los misterios del nuevo Magia Borrás).

Te das cuenta de que al menos, las pasadas semanas representadas por tiendas a rebosar y calles llenas de coches impacientes han tenido cierta razón de se, y ésa no es otra que la de crear ilusión, aunque ésta sea efímera y para ello tengamos que valernos de estúpidos, o no tan estúpidos objetos materiales. Como suele decirse, la “intención es lo que cuenta”, y esto es precisamente lo que nos queda siempre en la mente tras el día de Reyes.

domingo, 2 de enero de 2011

Sonrisa de domingo

Parece que la maldita Navidad, esa época en la que a todos nos toca ser (estar, o parecer) inmensamente felices, va tocando a su fin. Creo que cuando a las personas nos ocurren cosas negativas y atravesamos momentos difíciles, año tras año, estamos psicológicamente diseñados para sentirnos aún peor en esas fechas, inmersos muchos en esa sensación pegajosa de estar “hundidos en la mierda”, aunque eso sí, tratando de hacer que se entere de ello el menor número de personas posible, no vaya a ser que contravengamos el espíritu pacífico-armonioso navideño y nos tachen de “tristes” o aguafiestas. Y lo peor quizá sea pensar en que, con la vuelta a la rutina, esos sentimientos no habrán desaparecido, puede que tan sólo queden semiocultos y anestesiados bajo las prisas del día a día y los momentos realmente buenos que te sucedan, aquellos que lástima, suelen ser terriblemente breves.

La Navidad a muchos no nos pone de buen humor: nos hace pensar en aquellos que perdimos, en lo que tuvimos y desapareció, y en las personas que nos acompañan, a las que queremos, y que desgraciadamente lo están pasando mal. Pero bien sea por acuerdo tácito en la sociedad, o por nuestro propio afán de superación, manda tirar para adelante, y sonreír, e intentar disfrutar los pedacitos de felicidad que algunas personas te regalan, junto con su amistad y comprensión, en días así. No hay nada como buscar esos momentos, cuando sientes que algo en ti va a la deriva, y a duras penas contienes tus ganas de llorar. Por tanto, gracias a todos los que contribuyen a hacer olvidar la persistente negatividad de la memoria, y a hacernos pensar en lo bueno que está por llegar, sin mayores pretensiones.


Por cierto, este año, como todos, los buenos propósitos no van a dejar de ser un mero trámite para sentirnos bien los primeros días de enero, esa especie de placebo con el quedar bien con nosotros mismos para intentar cambiar nuestra vida. Ante esto, creo que vale más la pena dejarse llevar, e intentar sonreír un poco cada día, aunque no siempre tengamos ganas; ya que lo que verdaderamente merece la pena de la vida no tiene por qué surgir premetidamente, ni ser resultado de una lista de buenas conductas.
Sonreír siempre es bueno, para nosotros y para los demás. Quizá una pizca de hipocresía navideña no nos venga tan mal, si la utilizamos a nuestra manera.